Si el presidente de la república, por alguna cosa extraña, nos
ofreciera una visita a nuestra casa nos esforzaríamos por ponerla bien bonita.
I Corintios 3:16
¿No sabéis
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Somos la casa de Dios y ¿cómo mantenemos esa casa? ¿Si la
limpiamos como la limpiaríamos nuestra casa si el presidente o alguna
personalidad nos anunciaran visita?
Cuando somos religiosos o fanáticos
queremos barrer la casa del otro, no la nuestra pues creemos que ya somos
demasiado buenos para ocuparnos de nosotros y tenemos que ocuparnos de los
demás. Que mentira esta. Yo puedo cambiar yo y disponerme yo, pero no puedo
cambiar ni disponer a nadie. Yo puedo dejar que el Espíritu Santo me utilice
para que otro cambie, pero es Dios quien hace la obra.
En este versículo vemos que nosotros somos morada del Espíritu
Santo somos su casa, somos donde él habita.
Si nos dijeran que Jesucristo viene
físicamente a nuestra casa haríamos lo mismo que en el caso de presidente
arreglaríamos nuestra vivienda lo mejor posible. Sin embargo vemos que
espiritualmente somos morada del Espíritu Santo y en ocasiones mantenemos esa
morada en un desorden horrible, sucia y mugrosa.
Inicialmente la casa estaba sucia
porque no teníamos a Cristo en nuestro corazón y aunque algunos de nosotros
éramos muy religiosos, era una revoltura de tratar de servir a Dios y de
permanecer en las cosas del mundo.
Para limpiar nuestra casa cuando
veníamos del mundo hay algunas formas. La primera fue recibir a Cristo en el
corazón, cuando lo recibimos pedimos perdón por nuestros pecados y él por su
sangre preciosa nos limpió. Luego a través del Bautismo que es para perdón de
pecados, como dice la Escritura, también se nos limpió de nuestros pecados.
Veamos el versículo 17 de I Corintios
3:
“Si
alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo
de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.
La promesa que nos hace el Espíritu
Santo, si alguno va contra nosotros ve lo que le pasa: “Dios le destruirá”.
Pero no solo los demás pueden dañar nuestra casa, nosotros también lo podemos
hacer, por eso debemos cuidarnos de destruirnos a nosotros mismos.
I corintios 6: 20
“Porque
habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y
en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
Si fuimos comprados, quien compra una
casa la quiere limpia. Lo que vale cada uno de nosotros es ese gran precio de
la Sangre de Jesucristo. Lo menos que podemos hacer nosotros es mantener la
casa limpia.
Aunque Cristo nos compró por ese
precio, Dios nos permite ser libres y está en nosotros aceptar o no que el
venga a hacer morada en nosotros.
Veamos cómo se puede ensuciar esa casa
del Espíritu Santo, después de que hemos recibido a Cristo.
Mateo 21: 12 – 13
“entró
Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en
el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían
palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas
vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.
Lo que hay en el antiguo testamento
bajo la ley, es modelo de lo espiritual bajo la gracia en este nuevo pacto. El
templo que hizo Salomón para casa de Jehová era sagrado, Ahora el templo somos
cada uno de nosotros.
Vender y comprar significa como
negociar con el mundo. Recordemos que dice apocalipsis que nadie podía comprar
ni vender (ap 13 17) si no tenía la marca, si no ha ensuciado su casa, esto
dice mucho de lo que es ensuciar la casa de oración.
El pecado vuelve es casa de Dios en
algo sucio, la convierte en una cueva de
ladrones. Por pequeña que sea la falta que nos separa de Dios convierte esa
casa en cueva de ladrones. No hay cosas pequeñas contra Dios, porque lo que nos
separa de Dios es muy grave.
Cuando caemos en pecado lo que queremos es hacer una convivencia
de las cosas del mundo con las cosas de Dios y nos engañamos porque eso no se
pude dar, dice la escritura que el que se hace amigo del mundo se constituye en
enemigo de Dios.
Este lugar es importante porque acá nos preparamos para el reino
de Dios.
Ninguna
convivencia entre las cosas de Dios y las del mundo
II Corintios 6:16
¿Y qué
acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el
templo del Dios viviente, como Dios dijo:
Habitaré y andaré entre ellos,
Y seré su Dios,
Y ellos serán mi pueblo.
No puede haber ningún pacto entre los ídolos y nosotros porque
somos su templo. Entre nosotros y el pecado no puede haber ninguna alianza, no
puede haber convivencia.
- Como limpiar la casa
1. Con el arrepentimiento
El Espíritu Santo lo ha dicho por
intermedio de muchos acá: cuando se cae en pecado lo mejor es arrepentirse
inmediatamente y buscar el perdón del Señor.
No hay que esperar nada. A través del arrepentimiento pongo la
misericordia de Dios en acción, veamos:
II crónicas 7: 14
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos, y atentos mis oídos, a la oración en este lugar: Porque ahora he elegido y santificado esta casa, para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán ahí para siempre”.
2. Lavando
y limpiándonos
Isaías 1:
16 - 18
“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de
vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a
hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al
huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a
cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”.
Si pedimos
a Dios que, por medio de la Sangre de Jesucristo, nos purifique, él nos limpiara y nos dejará blancos como la
nieve.
II
corintios 7: 1
“Así que, amados, puesto que tenemos tales
promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
Buscando
la santidad, perfeccionándola en el temor de Dios o sea en la obediencia a
Dios.
Cuando
estamos en obediencia estamos en gozo permanente. La alabanza dice: “el gozo
que Dios me dio el mundo no me lo dio y como no me lo dio no me lo puede
quitar”.
3. Con oración, alabanzas y guerras espirituales
Santiago
5:15
“Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”.
No es con
cualquier oración es con la oración de fe.
Efesios
6:11
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que
podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos
lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra
los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes.
En las
guerras espirituales conseguimos esa limpieza de nuestra alma. Nos limpiamos de
la incredulidad, de la falta de fe, de la religiosidad que haya en nosotros.
Dios nos
protege y cuando nos revestimos de la armadura de Dios, estamos más protegidos.
4. Obediencia y temor de Dios
I Pedro
1.22
Habiendo purificado vuestras almas por la
obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no
fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro;
Para
purificarnos lo hacemos también con la obediencia a Dios.
Cada día
debemos buscar la perfección para limpiarnos de nuestros pecados y para irnos
en el arrebatamiento.
Luego de
hacer todas estas cosas y lo que nos queda es:
5. Andar en el Espíritu
Gálatas 5: 16 -24
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra
el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no
estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son:
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca
de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican
tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es
amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
En el primer versículo nos dice
que andemos en el Espíritu.
Los deseos de
la carne se oponen a los del Espíritu. No puede haber alianza entre los deseos
de la carne y el mundo.
Vivir en el Espíritu es guardarnos
y dejarnos guardar del mal.
Si somos
guiados por el Espíritu simplemente no hacemos lo que prohíbe la ley. Lo
hacemos por convencimiento y no caemos en pecado por el amor no por la ley, no
estamos bajo la ley.
No es que se
hacen obras buenas y se entra al reino de los cielos, sino al contrario cuando
recibí a Cristo en mi corazón entré al reino de los cielos, nací de nuevo y
empecé a hacer buenas obras.
En cada cana al aire, con cada
pecado me estoy jugando la vida eterna.
Y nos remata
diciendo que deberíamos ya haber crucificado la carne con sus pasiones y
deseos. Si viene la tentación lo mejor es ir a la oració.
II corintios
5: 17
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y
todo esto proviene de Dios, quien nos
reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación”.
Debe haber un
nuevo ser humano. Debemos ser criaturas nuevas y diferentes. Nosotros ya no
venimos acá por un acto religioso, lo hacemos por la fe y por el amor que
tenemos a nuestro Señor Jesucristo que lo hizo todo por nosotros, derramó hasta
su última gota de sangre por darnos la salvación.
Todos los que
estamos aquí hemos recibido milagros, el primero la vida y el segundo y más
importante la salvación. Con estos dos milagros es más que suficientes para
vivir arrodillados ante quien nos los dio. Pero fuera de estos dos hemos
recibidos muchos más.
El gozo que se
siente en el Espíritu, luego de haber recibido a Cristo, es muy diferente a
todas las alegrías que se sienten en el mundo, pues es un gozo que sobrepasa
todo entendimiento.
Estar con el
Espíritu Santo es lo mejor.
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