jueves, 15 de enero de 2015

Casa de oración y morada del Espíritu Santo



Si el presidente de la república, por alguna cosa extraña, nos ofreciera una visita a nuestra casa nos esforzaríamos por ponerla bien bonita. 

I Corintios 3:16

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

Somos la casa de Dios y ¿cómo mantenemos esa casa? ¿Si la limpiamos como la limpiaríamos nuestra casa si el presidente o alguna personalidad nos anunciaran visita?

Cuando somos religiosos o fanáticos queremos barrer la casa del otro, no la nuestra pues creemos que ya somos demasiado buenos para ocuparnos de nosotros y tenemos que ocuparnos de los demás. Que mentira esta. Yo puedo cambiar yo y disponerme yo, pero no puedo cambiar ni disponer a nadie. Yo puedo dejar que el Espíritu Santo me utilice para que otro cambie, pero es Dios quien hace la obra.

En este versículo vemos que nosotros somos morada del Espíritu Santo somos su casa, somos donde él habita.

Si nos dijeran que Jesucristo viene físicamente a nuestra casa haríamos lo mismo que en el caso de presidente arreglaríamos nuestra vivienda lo mejor posible. Sin embargo vemos que espiritualmente somos morada del Espíritu Santo y en ocasiones mantenemos esa morada en un desorden horrible, sucia y mugrosa.

Inicialmente la casa estaba sucia porque no teníamos a Cristo en nuestro corazón y aunque algunos de nosotros éramos muy religiosos, era una revoltura de tratar de servir a Dios y de permanecer en las cosas del mundo.

Para limpiar nuestra casa cuando veníamos del mundo hay algunas formas. La primera fue recibir a Cristo en el corazón, cuando lo recibimos pedimos perdón por nuestros pecados y él por su sangre preciosa nos limpió. Luego a través del Bautismo que es para perdón de pecados, como dice la Escritura, también se nos limpió de nuestros pecados.

Veamos el versículo 17 de I Corintios 3:

“Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. 

La promesa que nos hace el Espíritu Santo, si alguno va contra nosotros ve lo que le pasa: “Dios le destruirá”. Pero no solo los demás pueden dañar nuestra casa, nosotros también lo podemos hacer, por eso debemos cuidarnos de destruirnos a nosotros mismos.

I corintios 6: 20

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

Si fuimos comprados, quien compra una casa la quiere limpia. Lo que vale cada uno de nosotros es ese gran precio de la Sangre de Jesucristo. Lo menos que podemos hacer nosotros es mantener la casa limpia.

Aunque Cristo nos compró por ese precio, Dios nos permite ser libres y está en nosotros aceptar o no que el venga a hacer morada en nosotros. 

Veamos cómo se puede ensuciar esa casa del Espíritu Santo, después de que hemos recibido a Cristo.

Mateo 21: 12 – 13

“entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.

Lo que hay en el antiguo testamento bajo la ley, es modelo de lo espiritual bajo la gracia en este nuevo pacto. El templo que hizo Salomón para casa de Jehová era sagrado, Ahora el templo somos cada uno de nosotros. 

Vender y comprar significa como negociar con el mundo. Recordemos que dice apocalipsis que nadie podía comprar ni vender (ap 13 17) si no tenía la marca, si no ha ensuciado su casa, esto dice mucho de lo que es ensuciar la casa de oración.

El pecado vuelve es casa de Dios en algo sucio,  la convierte en una cueva de ladrones. Por pequeña que sea la falta que nos separa de Dios convierte esa casa en cueva de ladrones. No hay cosas pequeñas contra Dios, porque lo que nos separa de Dios es muy grave. 

Cuando caemos en pecado lo que queremos es hacer una convivencia de las cosas del mundo con las cosas de Dios y nos engañamos porque eso no se pude dar, dice la escritura que el que se hace amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios.

Este lugar es importante porque acá nos preparamos para el reino de Dios.

Ninguna convivencia entre las cosas de Dios y las del mundo

II Corintios 6:16

¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: 

Habitaré y andaré entre ellos,
Y seré su Dios,
Y ellos serán mi pueblo.

No puede haber ningún pacto entre los ídolos y nosotros porque somos su templo. Entre nosotros y el pecado no puede haber ninguna alianza, no puede haber convivencia. 

-      Como limpiar la casa

1.       Con el arrepentimiento

El Espíritu Santo lo ha dicho por intermedio de muchos acá: cuando se cae en pecado lo mejor es arrepentirse inmediatamente y buscar el perdón del Señor.  No hay que esperar nada. A través del arrepentimiento pongo la misericordia de Dios en acción, veamos: 

II crónicas 7: 14

“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.  Ahora estarán abiertos mis ojos, y atentos mis oídos, a la oración en este lugar: Porque ahora he elegido y santificado esta casa, para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán ahí para siempre”. 

2.       Lavando  y limpiándonos 

Isaías 1: 16 - 18

“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;  aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.  Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. 

Si pedimos a Dios que, por medio de la Sangre de Jesucristo, nos purifique,  él nos limpiara y nos dejará blancos como la nieve.

II corintios 7: 1

“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.

Buscando la santidad, perfeccionándola en el temor de Dios o sea en la obediencia a Dios.

Cuando estamos en obediencia estamos en gozo permanente. La alabanza dice: “el gozo que Dios me dio el mundo no me lo dio y como no me lo dio no me lo puede quitar”.

3.       Con oración, alabanzas y guerras espirituales 

Santiago 5:15

“Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”.

No es con cualquier oración es con la oración de fe.

Efesios 6:11

Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.  Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

En las guerras espirituales conseguimos esa limpieza de nuestra alma. Nos limpiamos de la incredulidad, de la falta de fe, de la religiosidad que haya en nosotros.

Dios nos protege y cuando nos revestimos de la armadura de Dios, estamos más protegidos.

4.       Obediencia y temor de Dios 

I Pedro 1.22 

Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; 

Para purificarnos lo hacemos también con la obediencia a Dios.

Cada día debemos buscar la perfección para limpiarnos de nuestros pecados y para irnos en el arrebatamiento.

Luego de hacer todas estas cosas y lo que nos queda es:

5.       Andar en el Espíritu

Gálatas 5: 16 -24

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.  Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.  Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,  envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.  Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,  mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.  Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. 

En el primer versículo nos dice que andemos en el Espíritu.

Los deseos de la carne se oponen a los del Espíritu. No puede haber alianza entre los deseos de la carne y el mundo.

Vivir en el Espíritu es guardarnos y dejarnos guardar del mal.

Si somos guiados por el Espíritu simplemente no hacemos lo que prohíbe la ley. Lo hacemos por convencimiento y no caemos en pecado por el amor no por la ley, no estamos bajo la ley.

No es que se hacen obras buenas y se entra al reino de los cielos, sino al contrario cuando recibí a Cristo en mi corazón entré al reino de los cielos, nací de nuevo y empecé a hacer buenas obras.

En cada cana al aire, con cada pecado me estoy jugando la vida eterna. 

Y nos remata diciendo que deberíamos ya haber crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si viene la tentación lo mejor es ir a la oració.

II corintios 5: 17

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.  Y  todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”.

Debe haber un nuevo ser humano. Debemos ser criaturas nuevas y diferentes. Nosotros ya no venimos acá por un acto religioso, lo hacemos por la fe y por el amor que tenemos a nuestro Señor Jesucristo que lo hizo todo por nosotros, derramó hasta su última gota de sangre por darnos la salvación.

Todos los que estamos aquí hemos recibido milagros, el primero la vida y el segundo y más importante la salvación. Con estos dos milagros es más que suficientes para vivir arrodillados ante quien nos los dio. Pero fuera de estos dos hemos recibidos muchos más.

El gozo que se siente en el Espíritu, luego de haber recibido a Cristo, es muy diferente a todas las alegrías que se sienten en el mundo, pues es un gozo que sobrepasa todo entendimiento.

Estar con el Espíritu Santo es lo mejor.

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