Dígale al que está al lado: “yo soy un
bendito, yo tengo autoridad y poder por Jesucristo”.
Usted no vale por lo que tiene en la
billetera, valemos por lo que tenemos en Jesucristo.
Apocalipsis 3: 16 – 19
“Pero
por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú
dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y
no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por
tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de
tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo
a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.
¿Cuál es nuestra posición, frío, tibio o
caliente?
Cuando andamos en ambivalencia: ni frio ni
caliente, lo que producimos es fastidio ante los ojos de Dios.
Dios quiere un pueblo firme, un pueblo bien
parado, un pueblo establecido en las promesas de Dios, no un pueblo que
titubee, un pueblo que hoy cree y mañana no creo.
Dios quiere un pueblo que esté en el fuego,
calientico.
Cuando andamos en tibieza no vemos la bendición
de Dios.
El conocimiento de la palabra funciona, pero
para el que anda en santidad, para el que esté comprometido con Dios, para el
que anda en cara descubierta con Dios.
Cuando no teníamos a Cristo no éramos nada, éramos
miserables, ciegos y desventurados.
Cuando vinimos a Cristo, él nos abrió
nuestros ojos espirituales para que entendiéramos su voluntad, su palabra.
Cuando recibimos a Cristo, recibimos heredad,
salvación y vida eterna, recibimos promesas de Dios.
A veces nos dejamos desdibujar por el enemigo.
El oro es de realeza y nosotros somos reyes y
sacerdotes en Cristo el Señor.
El fuego nos purifica de todo pecado, de toda
contaminación y podemos entra a poseer las grandes promesas del reino del
cielo.
Nos viste de ropas blancas, estamos vestidos
para Cristo el Señor.
La unción del Espíritu Santo de Dios.
Dios nos dice que nos arrepintamos porque se
nos olvida lo que somos en Jesucristo. Nos dejamos engañar del enemigo que nos
dice que no somos nada.
Juan 3: 35
“El Padre ama al
Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano”.
Acá está hablando de Jesucristo. Nosotros somos
hijos de él y aplica para nosotros.
El Padre ama al hijo, a usted y a mí. Nos ama tanto que dio su vida por nosotros y
nos tiene aquí en este lugar.
Todas las cosas las ha entregado en las manos
del hijo.
Usted, lo de su hijo, no se lo va a dar al
extraño, menos Dios, lo del hijo se lo da al hijo.
¿Por qué pues dejamos ir la bendición si Dios
la puso en nuestras manos?
Acá ya no está diciendo: soy su hijo, su
bendito.
Si Dios puso su confianza en nosotros ¿por
qué lo estamos defraudando?
Dios nos da cosas buenas, cosas que nos
levantan y nos edifican.
I Samuel 17: 4-11
“Salió entonces
del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat,
y tenía de altura seis codos y un palmo. Y traía un casco de bronce en su
cabeza, y llevaba una cota de malla; y era el peso de la cota cinco mil siclos
de bronce. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina de bronce entre
sus hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y tenía el hierro
de su lanza seiscientos siclos de hierro; e iba su escudero delante de él. Y se
paró y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: ¿Para qué os habéis
puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de
Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere
pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo
pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos
serviréis. Y añadió el filisteo: Hoy yo he desafiado al campamento de Israel;
dadme un hombre que pelee conmigo. Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del
filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo”.
La posición del pueblo: se turbaron y
tuvieron miedo. Se dejaron descrestar de la apariencia del hombre, del gigante.
Así nos pasa nos sentimos como nada ante el enemigo que se nos presenta como un
gigante. No somos capaces de enfrentarle, sabiendo que nosotros tenemos poder.
El enemigo se muestra fuerte y muy armado,
pero más grande es el poder de Dios.
El enemigo es creatura y Dios es creador. La creatura
nunca será mayor que el creador.
Declarémosle al enemigo que nosotros somos
benditos de Dios.
El enemigo trata de desanimarnos y de
acusarnos para que no vengamos a las guerras espirituales.
El enemigo vocifera es escandaloso, pero si venimos
con palabra de unción tiene que huir.
Saúl siendo rey escogido por Dios y si era
escogido por Dios Él lo iba a respaldar. A veces no entendemos que tenemos las
armas que Dios nos dio.
Nos da miedo cuando el enemigo pone
situaciones en nuestra vida y en lugar de reprender nos da miedo y no
utilizamos las armas que Dios nos dio
I Samuel 17: 15-16
“Pero
David había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre
en Belén. Venía, pues, aquel filisteo por la mañana y por la tarde, y así lo
hizo durante cuarenta días”.
El enemigo no se cansa, nosotros a veces si
lo hacemos. Cuarenta días repitiendo lo mismo. El enemigo pone la misma
tentación en todo tiempo, repitámosle la palabra, repitámosle lo mismo.
I Samuel 17: 24
“Y
todos los varones de Israel que veían aquel hombre huían de su presencia, y
tenían gran temor”.
¿Cuántas veces nosotros huimos del enemigo
porque no estamos comprometidos con Dios? Porque no queremos consagrarnos.
Estamos llamados a militar delante de la presencia de Dios, a estar consagrados
a Dios.
I Samuel 17: 32 – 47
“Y dijo David a
Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará
contra este filisteo. Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo,
para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su
juventud. David respondió a Saúl: Tu
siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso,
y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba
de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo
hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo
incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios
viviente. Añadió David: Jehová, que me
ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me
librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté
contigo. Y Saúl vistió a David con sus
ropas, y puso sobre su cabeza un casco de bronce, y le armó de coraza. Y ciñó
David su espada sobre sus vestidos, y probó a andar, porque nunca había hecho
la prueba. Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo
practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas. Y tomó su cayado en su mano, y
escogió cinco piedras lisas del arroyo, y las puso en el saco pastoril, en el
zurrón que traía, y tomó su honda en su mano, y se fue hacia el filisteo. Y el
filisteo venía andando y acercándose a David, y su escudero delante de él. Y
cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y
rubio, y de hermoso parecer. Y dijo el
filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a
David por sus dioses. Dijo luego el filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne
a las aves del cielo y a las bestias del campo. Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a
mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de
los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te
venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las
aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay
Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y
con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos”.
Goliat era un incircunciso, no era hijo de
Dios, David era un ungido de Dios.
Yo soy hijo de Dios, siervo del Dios viviente.
David siendo un muchacho dándole cátedra a un
rey.
Que no nos den cátedra los de afuera.
David se declaró un guerrero y eso somos
nosotros. El guerrero va y pelea, está dispuesto a no dejarse quitar nada.
David era un hombre esforzado. ¿Usted lo es?
Saúl estaba viendo al gigante con sus ojos
carnales.
David estaba convencido que la fuerza que
Dios le daba para matar un león o a un oso era la misma que Dios le daba para
enfrentar al enemigo.
La fuerza que Dios te dio en el pasado para
salir de diferentes situaciones, es la misma que Dios te da hoy para derribar
las artimañas del enemigo.
Yo soy libre y el que me libertó a mí,
liberta también a mi familia.
Saúl armó a David terrenalmente, pero eso no
le servía a David. ¿Cuántas veces nos armamos de nuestro ego y nuestra
autosuficiencia? y nosotros sin Dios no
podemos hacer nada.
No le podemos admitir al enemigo cosas
extrañas en nuestras vidas que no van con Dios, como nuestra autosuficiencia.
David se sacudió y a nosotros nos toca sacudirnos de lo que nos está quitando
la identidad que tenemos en Jesucristo.
Dios manda que usted se sacuda lo que le está
impidiendo el ser libre. Mi protección es Cristo., mi bendición es
Cristo.
David le declaró al filisteo la palabra, lo
que tenía, saque usted lo precioso que tiene, la palabra y declárela al
enemigo.
El enemigo nos sacude las finanzas, el hogar
y nos sentimos desarmados, sabiendo que en realidad tenemos armas poderosas en
Cristo.
Nosotros pertenecemos a los escuadrones del
Dios vivo.
Dígale al enemigo: “no me has provocado a mí
sino al Dios de los ejércitos, al Dios de Israel”, y el enemigo tiene que
postrarse ante el Dios de Israel.
David declaró victoria. Declárele a la
situación: Jehová hoy me entrega la victoria, hoy te venceré, hoy declaro que
estoy en bendición, hoy me declaro vencedor.
El problema hay que cortarlo de raíz.
Lucas 15: 19-31
“Ya no
soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y
levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y
fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el
hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno
de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor
vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y
traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi
hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a
regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca
de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le
preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho
matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y
no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él,
respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote
desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis
amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras,
has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre
estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.
Tenemos gran provisión en la casa del Padre,
pero no hacemos uso de ella.
Nos desposeemos de la primogenitura que
tenemos. Somos hijos y nos rebajamos. Perdemos lo que tenemos.
Somos dignos porque Jesucristo nos compró con
su sangre. Él nos llamó.
No nos sintamos menos. Vallemos mucho para
Dios.
Lo que siente Dios por nosotros cuando
volvemos a su camino, a su rebaño. Cuando nos vamos siente tristeza, pero
siente alegría cuando regresamos. Lo primero que hace, cuando regresamos
arrepentidos, nos toma en su regazo.
El padre los
siguió viendo como su hijo por el arrepentimiento.
Dios nos ve como hijos cuando nos arrepentimos
de corazón.
Hay fiesta cuando volvemos al Cristo el
Señor. Es mayor la unción que la que tenía antes.
Cuántas veces Dios nos ha buscado: “no te
salgas hijo, levántate, yo soy tu sustentador”.
Tú siempre estás conmigo y todas mis cosas
son tuyas.
¿Dios puede decir eso de nosotros?
A veces no nos sentimos con derechos y no
tomamos lo que Dios nos ha dado. No nos hemos sentido dignos de disfrutar lo
que Dios nos ha dado.
Juan 17: 10
“y todo
lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”.
Dios se ha glorificado en nosotros que somos
su pueblo, su cuerpo.
Juan 17: 22
“La
gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos
uno”.
Estamos diseñados para ver la gloria de Dios
en todo tiempo y en todo lugar. Cuando no
la vemos es porque no somos uno con el Padre.
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