domingo, 24 de enero de 2016

Quién soy



Dígale al que está al lado: “yo soy un bendito, yo tengo autoridad y poder por Jesucristo”.

Usted no vale por lo que tiene en la billetera, valemos por lo que tenemos en Jesucristo.

Apocalipsis 3: 16 – 19

Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.

¿Cuál es nuestra posición, frío, tibio o caliente?

Cuando andamos en ambivalencia: ni frio ni caliente, lo que producimos es fastidio ante los ojos de Dios.

Dios quiere un pueblo firme, un pueblo bien parado, un pueblo establecido en las promesas de Dios, no un pueblo que titubee, un pueblo que hoy cree y mañana no creo.

Dios quiere un pueblo que esté en el fuego, calientico.

Cuando andamos en tibieza no vemos la bendición de Dios.

El conocimiento de la palabra funciona, pero para el que anda en santidad, para el que esté comprometido con Dios, para el que anda en cara descubierta con Dios.

Cuando no teníamos a Cristo no éramos nada, éramos miserables, ciegos y desventurados. 

Cuando vinimos a Cristo, él nos abrió nuestros ojos espirituales para que entendiéramos su voluntad, su palabra.

Cuando recibimos a Cristo, recibimos heredad, salvación y vida eterna, recibimos promesas de Dios. 

A veces nos dejamos desdibujar por el enemigo.

El oro es de realeza y nosotros somos reyes y sacerdotes en Cristo el Señor.

El fuego nos purifica de todo pecado, de toda contaminación y podemos entra a poseer las grandes promesas del reino del cielo.

Nos viste de ropas blancas, estamos vestidos para Cristo el Señor. 

La unción del Espíritu Santo de Dios.

Dios nos dice que nos arrepintamos porque se nos olvida lo que somos en Jesucristo. Nos dejamos engañar del enemigo que nos dice que no somos nada.

Juan 3: 35

“El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano”.

Acá está hablando de Jesucristo. Nosotros somos hijos de él y aplica para nosotros. 

El Padre ama al hijo, a usted y a mí.  Nos ama tanto que dio su vida por nosotros y nos tiene aquí en este lugar. 

Todas las cosas las ha entregado en las manos del hijo. 

Usted, lo de su hijo, no se lo va a dar al extraño, menos Dios, lo del hijo se lo da al hijo.

¿Por qué pues dejamos ir la bendición si Dios la puso en nuestras manos? 

Acá ya no está diciendo: soy su hijo, su bendito. 

Si Dios puso su confianza en nosotros ¿por qué lo estamos defraudando?

Dios nos da cosas buenas, cosas que nos levantan y nos edifican.

I Samuel 17: 4-11

“Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat, y tenía de altura seis codos y un palmo. Y traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla; y era el peso de la cota cinco mil siclos de bronce. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina de bronce entre sus hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro; e iba su escudero delante de él. Y se paró y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: ¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis. Y añadió el filisteo: Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo. Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo”.

La posición del pueblo: se turbaron y tuvieron miedo. Se dejaron descrestar de la apariencia del hombre, del gigante. Así nos pasa nos sentimos como nada ante el enemigo que se nos presenta como un gigante. No somos capaces de enfrentarle, sabiendo que nosotros tenemos poder. 

El enemigo se muestra fuerte y muy armado, pero más grande es el poder de Dios. 

El enemigo es creatura y Dios es creador. La creatura nunca será mayor que el creador. 

Declarémosle al enemigo que nosotros somos benditos de Dios. 

El enemigo trata de desanimarnos y de acusarnos para que no vengamos a las guerras espirituales.

El enemigo vocifera es escandaloso, pero si venimos con palabra de unción tiene que huir. 

Saúl siendo rey escogido por Dios y si era escogido por Dios Él lo iba a respaldar. A veces no entendemos que tenemos las armas que Dios nos dio. 

Nos da miedo cuando el enemigo pone situaciones en nuestra vida y en lugar de reprender nos da miedo y no utilizamos las armas que Dios nos dio

I Samuel 17: 15-16

Pero David había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre en Belén. Venía, pues, aquel filisteo por la mañana y por la tarde, y así lo hizo durante cuarenta días”.

El enemigo no se cansa, nosotros a veces si lo hacemos. Cuarenta días repitiendo lo mismo. El enemigo pone la misma tentación en todo tiempo, repitámosle la palabra, repitámosle lo mismo.

I Samuel 17: 24

Y todos los varones de Israel que veían aquel hombre huían de su presencia, y tenían gran temor”.
¿Cuántas veces nosotros huimos del enemigo porque no estamos comprometidos con Dios? Porque no queremos consagrarnos. Estamos llamados a militar delante de la presencia de Dios, a estar consagrados a Dios.

I Samuel 17: 32 – 47

“Y dijo David a Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo. Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud.  David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.  Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo.  Y Saúl vistió a David con sus ropas, y puso sobre su cabeza un casco de bronce, y le armó de coraza. Y ciñó David su espada sobre sus vestidos, y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas. Y tomó su cayado en su mano, y escogió cinco piedras lisas del arroyo, y las puso en el saco pastoril, en el zurrón que traía, y tomó su honda en su mano, y se fue hacia el filisteo. Y el filisteo venía andando y acercándose a David, y su escudero delante de él. Y cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y rubio, y de hermoso parecer.  Y dijo el filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a David por sus dioses. Dijo luego el filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.  Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.  Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos”.

Goliat era un incircunciso, no era hijo de Dios, David era un ungido de Dios.

Yo soy hijo de Dios, siervo del Dios viviente.

David siendo un muchacho dándole cátedra a un rey.

Que no nos den cátedra los de afuera. 

David se declaró un guerrero y eso somos nosotros. El guerrero va y pelea, está dispuesto a no dejarse quitar nada. 

David era un hombre esforzado. ¿Usted lo es?

Saúl estaba viendo al gigante con sus ojos carnales. 

David estaba convencido que la fuerza que Dios le daba para matar un león o a un oso era la misma que Dios le daba para enfrentar al enemigo. 

La fuerza que Dios te dio en el pasado para salir de diferentes situaciones, es la misma que Dios te da hoy para derribar las artimañas del enemigo.

Yo soy libre y el que me libertó a mí, liberta también a mi familia. 
 
Saúl armó a David terrenalmente, pero eso no le servía a David. ¿Cuántas veces nos armamos de nuestro ego y nuestra autosuficiencia?  y nosotros sin Dios no podemos hacer nada. 

No le podemos admitir al enemigo cosas extrañas en nuestras vidas que no van con Dios, como nuestra autosuficiencia. David se sacudió y a nosotros nos toca sacudirnos de lo que nos está quitando la identidad que tenemos en Jesucristo. 

Dios manda que usted se sacuda lo que le está  impidiendo el ser libre.  Mi protección es Cristo., mi bendición es Cristo.

David le declaró al filisteo la palabra, lo que tenía, saque usted lo precioso que tiene, la palabra y declárela al enemigo. 

El enemigo nos sacude las finanzas, el hogar y nos sentimos desarmados, sabiendo que en realidad tenemos armas poderosas en Cristo. 

Nosotros pertenecemos a los escuadrones del Dios vivo.  

Dígale al enemigo: “no me has provocado a mí sino al Dios de los ejércitos, al Dios de Israel”, y el enemigo tiene que postrarse ante el Dios de Israel. 

David declaró victoria. Declárele a la situación: Jehová hoy me entrega la victoria, hoy te venceré, hoy declaro que estoy en bendición, hoy me declaro vencedor.

El problema hay que cortarlo de raíz. 

Lucas 15: 19-31

Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.

Tenemos gran provisión en la casa del Padre, pero no hacemos uso de ella.

Nos desposeemos de la primogenitura que tenemos. Somos hijos y nos rebajamos. Perdemos lo que tenemos. 

Somos dignos porque Jesucristo nos compró con su sangre. Él nos llamó.

No nos sintamos menos. Vallemos mucho para Dios. 

Lo que siente Dios por nosotros cuando volvemos a su camino, a su rebaño. Cuando nos vamos siente tristeza, pero siente alegría cuando regresamos. Lo primero que hace, cuando regresamos arrepentidos, nos toma en su regazo.

El padre los  siguió viendo como su hijo por el arrepentimiento.  

Dios nos ve como hijos cuando nos arrepentimos de corazón.

Hay fiesta cuando volvemos al Cristo el Señor. Es mayor la unción que la que tenía antes. 

Cuántas veces Dios nos ha buscado: “no te salgas hijo, levántate, yo soy tu sustentador”.

Tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas.

¿Dios puede decir eso de nosotros?

A veces no nos sentimos con derechos y no tomamos lo que Dios nos ha dado. No nos hemos sentido dignos de disfrutar lo que Dios nos ha dado.

Juan 17: 10

y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”.

Dios se ha glorificado en nosotros que somos su pueblo, su cuerpo. 

Juan 17: 22

La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”.

Estamos diseñados para ver la gloria de Dios en todo tiempo y en todo lugar.  Cuando no la vemos es porque no somos uno con el Padre.

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